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Aldea del Pinar Revista Nº 6 - Ago/2013
Y así partían, de madrugada, para varias te, en el mercado negro. Por eso nuestros hom-
semanas, casi siempre a la Ribera, a Aranda de bres bajaban a Tierra de Campos, para cambiar
Duero, La Horra, Gumiel de Hizán, y cuando su madera por algo de trigo, a veces una caja de
uvas negras o nueces, todo lo cual ocultaban de
mil formas ingeniosas porque el estraperlo tam-
bién estaba prohibido, y si te pillaban lo menos
que hacían era requisarlo, pero esa es otra histo-
ria. La mía termina esta vez en Santo Domingo
de Silos: contaba mi padre que una tarde que
andaban acomodando a las vacas, uno de los
que iba con ellos, y no diré su nombre y eso
que no era el más bruto, que alguno había que
podría haberse confundido con las bestias que
alimentaban, comenzó a renegar a los animales
en voz alta, luego a maldecir a discreción y por
último a blasfemar vivamente, con ahínco y po-
no había negocio, más lejos: a Palencia o Valla- tencia de tenor. En esto llegó un cura corriendo
dolid, a donde fuera. Hacían varios viajes, por- con la sotana arremangada y la viveza de quien
que no podían transportar toda la madera de una acude a socorrer en un incendio, al grito de
sola vez. Este trasiego les tenía ocupados hasta "¡Blasfemia, blasfemia!". El religioso, escanda-
mediados o finales de diciembre, hiciera sol o ne- lizado, no quería otra cosa que denunciar al ca-
vara. Ya veis, qué vacaciones. Acampaban al ra- rretero, y lo habría hecho de no ser porque mi
so. Por la noche hacían un fuego grande y padre y otros se arrodillaron ante el sacerdote,
ponían agua a cocer, la carne de carnero con sal asegurándole que eran buenos cristianos, cum-
y una cabeza de ajo. Se comían primero la car- plidores en extremo, pero que eran carreteros y
ne y luego la sopa. Y eso era todo. Así se hacía ahí estaba el dicho popular para demostrarlo,
el famoso ajo carretero. Ni siquiera llevaban con lo que lo suyo era menos pecado o menos
aceite, ¡qué iban a llevar si eran los tiempos del delito según se viera, porque ya venía con el ofi-
racionamiento! cio.
Quizá los más jóvenes no sepáis qué era Esto me contó mi padre y algunos otros
esto del racionamiento. Tras la Guerra Civil so- testigos, y no una vez sino muchas, y al contar-
brevino una gran miseria. No había comida para lo lo hacían con una sonrisa, recordando los
todos, o no estaba bien repartida, y los alimen- pormenores jocosamente, y creo que agregando
tos se racionaban. Nos dieron una cartilla con la con el paso del tiempo algún que otro detalle
que podíamos comprar un poco de nada. Lo para acrecer la humorada. Al final todo quedó
demás tenías que conseguirlo, si tenías esa suer- en anécdota, y así la he relatado, pero viendo
las cosas con perspectiva, hay que ver qué tiem-
pos vivimos, en los que había que esconder el
trigo en el dobladillo del pantalón o arrodillarse
ante un sacerdote para que no le llevaran a uno
al calabozo todo lo más por bruto y mal habla-
do. Qué tiempos, Señor, qué tiempos.
Josefina Sanz Rupérez
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