Page 52 - Revista 2013
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Aldea del Pinar                                                               Revista Nº 6 - Ago/2013
                    Y así partían, de madrugada, para varias  te, en el mercado negro. Por eso nuestros hom-
            semanas, casi siempre a la Ribera, a Aranda de  bres bajaban a Tierra de Campos, para cambiar
            Duero,  La  Horra,  Gumiel  de  Hizán,  y  cuando  su madera por algo de trigo, a veces una caja de
                                                              uvas negras o nueces, todo lo cual ocultaban de
                                                              mil formas ingeniosas porque el estraperlo tam-
                                                              bién estaba prohibido, y si te pillaban lo menos
                                                              que hacían era requisarlo, pero esa es otra histo-
                                                              ria. La mía termina esta vez en Santo Domingo
                                                              de  Silos:  contaba  mi  padre  que  una  tarde  que
                                                              andaban  acomodando  a  las  vacas,  uno  de  los
                                                              que  iba  con  ellos,  y  no  diré  su  nombre  y  eso
                                                              que no era el más bruto, que alguno había que
                                                              podría  haberse  confundido  con  las  bestias  que
                                                              alimentaban, comenzó a renegar a los animales
                                                              en voz alta, luego a maldecir a discreción y por
                                                              último a blasfemar vivamente, con ahínco y po-
            no había negocio, más lejos: a Palencia o Valla-  tencia de tenor. En esto llegó un cura corriendo
            dolid, a donde fuera. Hacían varios viajes, por-  con la sotana arremangada y la viveza de quien
            que no podían transportar toda la madera de una  acude  a  socorrer  en  un  incendio,  al  grito  de
            sola vez. Este trasiego les tenía ocupados hasta  "¡Blasfemia, blasfemia!". El religioso, escanda-
            mediados o finales de diciembre, hiciera sol o ne-  lizado, no quería otra cosa que denunciar al ca-
            vara. Ya veis, qué vacaciones. Acampaban al ra-   rretero, y lo habría hecho de no ser porque mi
            so.  Por  la  noche  hacían  un  fuego  grande  y  padre  y  otros  se  arrodillaron  ante  el  sacerdote,
            ponían agua a cocer, la carne de carnero con sal  asegurándole  que  eran  buenos  cristianos,  cum-
            y una cabeza de ajo. Se comían primero la car-    plidores en extremo, pero que eran carreteros y
            ne y luego la sopa. Y eso era todo. Así se hacía  ahí  estaba  el  dicho  popular  para  demostrarlo,
            el  famoso  ajo  carretero.  Ni  siquiera  llevaban  con lo que lo suyo era menos pecado o menos
            aceite, ¡qué iban a llevar si eran los tiempos del  delito según se viera, porque ya venía con el ofi-
            racionamiento!                                    cio.

                    Quizá los más jóvenes no sepáis qué era          Esto me contó mi padre y algunos otros
            esto del racionamiento. Tras la Guerra Civil so-  testigos, y no una vez sino muchas, y al contar-
            brevino una gran miseria. No había comida para  lo  lo  hacían  con  una  sonrisa,  recordando  los
            todos, o no estaba bien repartida, y los alimen-  pormenores jocosamente, y creo que agregando
            tos se racionaban. Nos dieron una cartilla con la  con  el  paso  del  tiempo  algún  que  otro  detalle
            que  podíamos  comprar  un  poco  de  nada.  Lo  para  acrecer  la  humorada. Al  final  todo  quedó
            demás tenías que conseguirlo, si tenías esa suer-  en  anécdota,  y  así  la  he  relatado,  pero  viendo
                                                              las cosas con perspectiva, hay que ver qué tiem-
                                                              pos  vivimos,  en  los  que  había  que  esconder  el
                                                              trigo en el dobladillo del pantalón o arrodillarse
                                                              ante un sacerdote para que no le llevaran a uno
                                                              al calabozo todo lo más por bruto y mal habla-
                                                              do. Qué tiempos, Señor, qué tiempos.



                                                                                      Josefina Sanz Rupérez









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